RELOJ DE LA PASIÓN
REFLEXIONES AFECTUOSAS SOBRE LOS PADECIMIENTOS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
CAPÍTULO II.
Jesús ha querido sufrir mucho por nosotros, para hacernos comprender la grandeza del amor que nos tiene.
1. Dos cosas, dice Ciceron, hacen conocer
al que ama: hacer bien al amado, y padecer tormentos por él: y esta
última es la mayor señal de un verdadero amor. Ya había hecho Dios
resplandecer su amor al hombre con tantos beneficios de que le había
colmado; mas creyó, dice san Pedro Crisólogo, que el ser solamente
bienhechor del hombre era demasiado poco para su amor, sino hallaba
todavía el medio de mostrarle cuanto le amaba, sufriendo también los
mayores tormentos y muriendo por él, como lo ha hecho tomando la
naturaleza humana. ¿Y qué otro medio más propio podía Dios escoger para
manifestar el amor inmenso que nos tiene, que el de hacerse hombre y
padecer por nosotros? «No había ningún otro,» dice a este
propósito san Gregorio Nacianzeno. ¡Oh mi amabilísimo Jesús! Vos habéis
hecho demasiado para mostrarme vuestra ternura é inflamarme de amor en
vuestra bondad. Muy grande seria la injuria que yo os hiciera si os
amara poco, o si amara jamás otra cosa que a Vos.
2. ¡Ah! mostrándosenos Dios cubierto de
llagas, crucificado y espirando por nosotros, nos ha dado, dice Cornelio
Alápide (in I Cor.), la más grande prueba que podía de su amor. Y antes
había dicho san Bernardo, que Jesús en su pasión nos ha hecho conocer,
que su amor a los hombres no podía ser mayor. El Apóstol escribe que
después que Jesús quiso morir por nuestra salud, se manifestó hasta
donde llegaba el amor de Dios hacia nosotros sus miserables criaturas.
¡Ah! mi amantísimo Maestro, ya lo comprendo, todas vuestras llagas me
descubren vuestro amor. Y después de tantas pruebas de vuestra caridad
¿quién pudiera dispensarse ya de amaros? Con mucha razón decía santa
Teresa: « ¡Oh amabilísimo Jesús! el que no os ama demuestra bien que no os conoce.»
3. Bien podía Jesucristo salvarnos sin
padecer nada, pasando en la tierra una vida tranquila y dichosa; mas no
fue así, porque como dice san Pablo: Menospreció las riquezas, los
placeres, los honores de la tierra, y escogió por nosotros una vida
pobre y una muerte llena de dolores y de oprobios. ¿Y por qué? Pues qué,
¿no bastaba el que pidiese al Padre eterno que perdonara al hombre, con
una simple oración que, siendo de un valor infinito, era suficiente
para salvar al mundo y a una infinidad de mundos? ¿Por qué, pues, ha
preferido tantas penas y una muerte tan cruel, que con razón dice un
autor, que solo el dolor que sintió separó de su cuerpo el alma de
Jesús? ¿A qué fin tantos gastos para salvar el hombre?
San Juan Crisóstomo responde que aunque
una sola oración de Jesús era a la verdad bastante para salvarnos, mas
no bastaba para mostrar el amor que Dios nos tiene. Lo que confirma
santo Tomás diciendo: Padeciendo Jesucristo por nuestro amor ha pagado a Dios más de lo que exigía la reparación de la ofensa del género humano.
Por cuanto Jesús nos amaba mucho, quería también ser amado mucho de
nosotros, y por eso ha hecho todo lo que ha podido, hasta padecer la
muerte para conciliarse nuestro amor, y para hacernos comprender que ya
nada mas podía hacer para obtenerlo. Quiso padecer mucho, dice san
Bernardo, á fin de imponer al hombre una obligación grande de amarle.
4. ¿Y qué mayor prueba de amor, dice nuestro mismo Salvador, puede dar un amigo que la de dar su vida por el amigo? Pero Vos, amable Salvador, dice san Bernardo, habéis
hecho todavía más, puesto que habéis querido dar vuestra vida por
nosotros, que no éramos amigos vuestros, sino enemigos, sino rebeldes. Y esto mismo quiso recordar el Apóstol, cuando dijo: Dios
ha hecho resaltar su amor hacia nosotros, pues que cuando aún éramos
pecadores, Cristo ha muerto según el tiempo por nosotros. Así, oh mi
Jesús, Vos habéis querido morir por mí, siendo yo vuestro enemigo; ¿y
podré ya resistir a tanto amor? Heme aquí, y puesto que deseáis tan
ardientemente que os ame y que os ame sobre todas las cosas, yo repudio
lejos de mí todo otro amor, y no quiero amar sino a Vos solo.
5. San Juan Crisóstomo dice que el fin
principal de Jesús en su pasión fue el de revelarnos cuán grande era su
amor, y atraer de este modo hacia sí nuestros corazones con la memoria
de los trabajos sufridos por nosotros. Santo Tomás añade que por la
pasión de Jesús conocemos mejor el gran amor que tiene al hombre. Y san
Juan había dicho ya antes: ¡Ah, Jesús mío! cordero inmaculado,
inmolado por mí sobre la cruz! lo que me hace conocer la caridad de Dios
es, que él ha dado su vida por nosotros. ¡No sean, pues,
perdidos para mí tantos padecimientos sufridos por mí3! Dignaos
aplicarme el fruto de tantas penas. Aprisionadme fuertemente con las
dulces cadenas de vuestro amor, a fin de que ya no os deje más y no me
separe más de Vos.
6. San Lucas refiere que estando Moisés y
Elías hablando con Jesucristo en el monte Tabor acerca de su pasión, la
llamaron exceso. «Sí, dice san Buenaventura, con razón es llamada un exceso la pasión de Jesucristo, puesto que ella fue un exceso de dolor y un exceso de amor.» Y
un piadoso autor añade: ¿Qué más ha podido padecer que no haya
padecido? El exceso de su amor ha llegado hasta sus últimos límites. ¿Y
cómo no? La ley de Dios no manda a los hombres amar a su prójimo sino
como a sí mismos; pero Jesús ha amado a los hombres más que a sí mismo,
dice san Cirilo.
Así que, oh mi amantísimo Redentor, os diré con san Agustín: Vos
habéis llegado hasta amarme más que a Vos mismo, pues por salvarme a mí
habéis querido dar vuestra vida divina; vida infinitamente más preciosa
que la vida de todos los hombres y de todos los Ángeles juntos.
7. « ¡Oh Dios infinito! exclama el abad Guerrico, Vos
habéis llegado a ser por el amor del hombre, si así puede decirse, un
pródigo de Vos mismo». « ¿Y por qué no, añade, pues habéis querido dar
no solo vuestros bienes, sino a Vos mismo por rescatar al hombre
perdido?» ¡Oh prodigio, oh exceso de amor, digno solamente de una
bondad infinita! ¿Y quién Señor, dice santo Tomas de Villanueva, podrá
jamás formar una idea aunque confusa de la inmensidad de vuestro amor
por nosotros? ¡Tanto habéis amado a unos pobres gusanillos que habéis
querido morir por ellos y morir en una cruz! ¡Ah! semejante amor,
concluye el Santo, excede toda medida y toda inteligencia.
8. Es cosa muy dulce ser amado de algún
alto personaje, especialmente si puede elevarnos a una gran fortuna.
Pues bien: ¿cuánto más dulce debe ser y más precioso el ser amado de
Dios, que nos puede elevar a una fortuna eterna? En la ley antigua podía
el hombre dudar si Dios le amaba con ternura; mas después de haberle
visto clavado a un madero derramar toda su sangre y morir, ¿cómo
pudiéramos dudar si nos ama con toda la ternura de su amor? ¡Ah! alma
mía, mira a tu amante Jesús que pende de la cruz todo cubierto de
llagas: hele aquí como por sus heridas te demuestra el amor de su
corazón abrasándose todo por ti. Sí, dulce Jesús mío, yo me aflijo de
veros espirar á violencia de tantos dolores sobre ese infame madero,
pero al leer en vuestras llagas el amor que Vos me tenéis, esto me
consuela y me enamora. Serafines del cielo, ¿qué pensáis del amor de mi
Dios que me ha amado tanto y que se ha entregado a la muerte por mí?
9. San Pablo dice que los gentiles, al
predicarles a Jesús crucificado por el amor de los hombres, miraban esto
como una increíble necedad. ¿Y cómo, decían ellos, será posible creer
que un Dios omnipotente, que de nadie tiene necesidad para ser lo que
es, infinitamente feliz, para salvar a los hombres ha querido hacerse
hombre y morir sobre una cruz? Esto seria, decían, lo mismo que creer en
un Dios que se ha hecho loco por amor de los hombres. Por eso rehusaban
creerle. Mas esta grande obra de la Redención, que los gentiles creían y
llamaban locura, sabemos por la fe que Jesús la ha acometido y
cumplido. Nosotros hemos visto, dice san Lorenzo Justiniano, la
Sabiduría eterna, el Hijo único de Dios, hecho, por decirlo así, loco
por el excesivo amor que tiene a los hombres. Sí, porque no parece sino
una locura de amor, añade el cardenal Hugo, el que un Dios haya querido
morir por el hombre.
10. El B. Diacopone, este hombre que
tanto se ha distinguido en el mundo por su saber, haciéndose
franciscano, parecía haberse vuelto loco por el amor que tenía a
Jesucristo. Un día se le apareció Jesús, y le dijo: Diacopone ¿por qué
haces esas locuras? — ¿Por qué las hago? respondió: porque Vos me las
habéis enseñado. Si yo soy loco, Vos lo sois todavía más, en haber
querido morir por mí.
Del mismo modo santa Magdalena de Pazzi,
arrebatada en éxtasis, exclama: ¡Oh, Dios de amor! ¡Oh Dios de amor! Es
demasiado grande, Jesús mío, el amor que tenéis a los hombres. Y un día,
transportada fuera de sí misma, tomó un crucifijo, y comenzó a correr
por el convento gritando: ¡oh amor! ¡Oh amor! Jamás dejaré, Dios mío, de
llamaros amor. En seguida, acercándose a sus religiosas, les dijo: ¿no
sabéis, mis amadas hermanas, que mi Jesús no es sino amor, y todavía
más, un loco de amor? Sí, loco de amor digo que sois Vos ¡oh Jesús mío! Y
siempre lo diré. Añadía la misma santa que al llamar a Jesús amor,
quisiera ser oída de todo el mundo, a fin de que el amor de Jesús fuera
conocido y amado de todos los hombres; y a las veces se ponía a tocar
una campana para que todas las naciones vinieran, si fuera posible, como
ella deseaba, a amar a Jesús.
11. Sí dulce Redentor mío, permitidme decíroslo; aquella vuestra tierna esposa tenía mucha razón en llamaros loco de amor;
¿y no parece una locura el que Vos hayáis querido morir por mí, por un
gusano de la tierra tan ingrato como yo, y cuyos pecados y perfidias
conocíais ya de antemano? Pero si Vos, Dios mío, habéis llegado a ser
como loco de amor por mí, ¿cómo no llegaré yo a ser loco de amor por un
Dios? Después de haberos visto morir por mí ¿cómo puedo yo pensar en
otra cosa’, ni ¿cómo puedo yo amar otra cosa que a Vos? Sí, ¡oh mi
Señor, mi bien soberano y soberanamente amable! yo os amo más que a mí
mismo. Yo os prometo no amar en adelante sino a Vos, y pensar siempre en
el amor que me habéis mostrado muriendo por mí entre tormentos.
12. ¡Oh azotes! oh espinas! oh clavos! oh
cruz! oh llagas! oh dolores! oh muerte de mi Jesús! vosotros me
estrecháis demasiado, vosotros me forzáis demasiado a amar a aquel que
me ha amado tanto. ¡Oh Verbo encarnado! oh Dios amante! mi alma está
inflamada de amor por Vos. Yo quisiera amaros hasta el punto de no
hallar otro placer que el de complaceros, ¡oh mi amabilísimo Maestro! y
pues que Vos deseáis tan ardientemente mi amor, yo protesto que solo
quiero vivir para Vos. Sí, yo quiero hacer todo lo que quisiereis de mí.
¡Ah Jesús mío! ayudadme, haced que yo os
agrade enteramente y por siempre, en el tiempo y en la eternidad. María
madre mía, interceded a Jesús por mí, a fin de que me conceda su amor;
porque yo no deseo en esta vida ni en la otra sino amar a Jesús. Amen.
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