jueves, 28 de marzo de 2013

RELOJ DE LA PASIÓN II – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

RELOJ DE LA PASIÓN

REFLEXIONES AFECTUOSAS SOBRE LOS PADECIMIENTOS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


CAPÍTULO II.

Jesús ha querido sufrir mucho por nosotros, para hacernos comprender la grandeza del amor que nos tiene.
1. Dos cosas, dice Ciceron, hacen conocer al que ama: hacer bien al amado, y padecer tormentos por él: y esta última es la mayor señal de un verdadero amor. Ya había hecho Dios resplandecer su amor al hombre con tantos beneficios de que le había colmado; mas creyó, dice san Pedro Crisólogo, que el ser solamente bienhechor del hombre era demasiado poco para su amor, sino hallaba todavía el medio de mostrarle cuanto le amaba, sufriendo también los mayores tormentos y muriendo por él, como lo ha hecho tomando la naturaleza humana. ¿Y qué otro medio más propio podía Dios escoger para manifestar el amor inmenso que nos tiene, que el de hacerse hombre y padecer por nosotros? «No había ningún otro,» dice a este propósito san Gregorio Nacianzeno. ¡Oh mi amabilísimo Jesús! Vos habéis hecho demasiado para mostrarme vuestra ternura é inflamarme de amor en vuestra bondad. Muy grande seria la injuria que yo os hiciera si os amara poco, o si amara jamás otra cosa que a Vos.
2. ¡Ah! mostrándosenos Dios cubierto de llagas, crucificado y espirando por nosotros, nos ha dado, dice Cornelio Alápide (in I Cor.), la más grande prueba que podía de su amor. Y antes había dicho san Bernardo, que Jesús en su pasión nos ha hecho conocer, que su amor a los hombres no podía ser mayor. El Apóstol escribe que después que Jesús quiso morir por nuestra salud, se manifestó hasta donde llegaba el amor de Dios hacia nosotros sus miserables criaturas. ¡Ah! mi amantísimo Maestro, ya lo comprendo, todas vuestras llagas me descubren vuestro amor. Y después de tantas pruebas de vuestra caridad ¿quién pudiera dispensarse ya de amaros? Con mucha razón decía santa Teresa: « ¡Oh amabilísimo Jesús! el que no os ama demuestra bien que no os conoce.»
3. Bien podía Jesucristo salvarnos sin padecer nada, pasando en la tierra una vida tranquila y dichosa; mas no fue así, porque como dice san Pablo: Menospreció las riquezas, los placeres, los honores de la tierra, y escogió por nosotros una vida pobre y una muerte llena de dolores y de oprobios. ¿Y por qué? Pues qué, ¿no bastaba el que pidiese al Padre eterno que perdonara al hombre, con una simple oración que, siendo de un valor infinito, era suficiente para salvar al mundo y a una infinidad de mundos? ¿Por qué, pues, ha preferido tantas penas y una muerte tan cruel, que con razón dice un autor, que solo el dolor que sintió separó de su cuerpo el alma de Jesús? ¿A qué fin tantos gastos para salvar el hombre?
San Juan Crisóstomo responde que aunque una sola oración de Jesús era a la verdad bastante para salvarnos, mas no bastaba para mostrar el amor que Dios nos tiene. Lo que confirma santo Tomás diciendo: Padeciendo Jesucristo por nuestro amor ha pagado a Dios más de lo que exigía la reparación de la ofensa del género humano. Por cuanto Jesús nos amaba mucho, quería también ser amado mucho de nosotros, y por eso ha hecho todo lo que ha podido, hasta padecer la muerte para conciliarse nuestro amor, y para hacernos comprender que ya nada mas podía hacer para obtenerlo. Quiso padecer mucho, dice san Bernardo, á fin de imponer al hombre una obligación grande de amarle.
4. ¿Y qué mayor prueba de amor, dice nuestro mismo Salvador, puede dar un amigo que la de dar su vida por el amigo? Pero Vos, amable Salvador, dice san Bernardo, habéis hecho todavía más, puesto que habéis querido dar vuestra vida por nosotros, que no éramos amigos vuestros, sino enemigos, sino rebeldes. Y esto mismo quiso recordar el Apóstol, cuando dijo: Dios ha hecho resaltar su amor hacia nosotros, pues que cuando aún éramos pecadores, Cristo ha muerto según el tiempo por nosotros. Así, oh mi Jesús, Vos habéis querido morir por mí, siendo yo vuestro enemigo; ¿y podré ya resistir a tanto amor? Heme aquí, y puesto que deseáis tan ardientemente que os ame y que os ame sobre todas las cosas, yo repudio lejos de mí todo otro amor, y no quiero amar sino a Vos solo.
5. San Juan Crisóstomo dice que el fin principal de Jesús en su pasión fue el de revelarnos cuán grande era su amor, y atraer de este modo hacia sí nuestros corazones con la memoria de los trabajos sufridos por nosotros. Santo Tomás añade que por la pasión de Jesús conocemos mejor el gran amor que tiene al hombre. Y san Juan había dicho ya antes: ¡Ah, Jesús mío! cordero inmaculado, inmolado por mí sobre la cruz! lo que me hace conocer la caridad de Dios es, que él ha dado su vida por nosotros¡No sean, pues, perdidos para mí tantos padecimientos sufridos por mí3! Dignaos aplicarme el fruto de tantas penas. Aprisionadme fuertemente con las dulces cadenas de vuestro amor, a fin de que ya no os deje más y no me separe más de Vos.
6. San Lucas refiere que estando Moisés y Elías hablando con Jesucristo en el monte Tabor acerca de su pasión, la llamaron exceso. «Sí, dice san Buenaventura, con razón es llamada un exceso la pasión de Jesucristo,  puesto que ella fue un exceso de dolor y un exceso de amor.» Y un piadoso autor añade: ¿Qué más ha podido padecer que no haya padecido? El exceso de su amor ha llegado hasta sus últimos límites. ¿Y cómo no? La ley de Dios no manda a los hombres amar a su prójimo sino como a sí mismos; pero Jesús ha amado a los hombres más que a sí mismo, dice san Cirilo.
Así que, oh mi amantísimo Redentor, os diré con san Agustín: Vos habéis llegado hasta amarme más que a Vos mismo, pues por salvarme a mí habéis querido dar vuestra vida divina; vida infinitamente más preciosa que la vida de todos los hombres y de todos los Ángeles juntos.
7. « ¡Oh Dios infinito! exclama el abad Guerrico, Vos habéis llegado a ser por el amor del hombre, si así puede decirse, un pródigo de Vos mismo». « ¿Y por qué no, añade, pues habéis querido dar no solo vuestros bienes, sino a Vos mismo por rescatar al hombre perdido?» ¡Oh prodigio, oh exceso de amor, digno solamente de una bondad infinita! ¿Y quién Señor, dice santo Tomas de Villanueva, podrá jamás formar una idea aunque confusa de la inmensidad de vuestro amor por nosotros? ¡Tanto habéis amado a unos pobres gusanillos que habéis querido morir por ellos y morir en una cruz! ¡Ah! semejante amor, concluye el Santo, excede toda medida y toda inteligencia.
8. Es cosa muy dulce ser amado de algún alto personaje, especialmente si puede elevarnos a una gran fortuna. Pues bien: ¿cuánto más dulce debe ser y más precioso el ser amado de Dios, que nos puede elevar a una fortuna eterna? En la ley antigua podía el hombre dudar si Dios le amaba con ternura; mas después de haberle visto clavado a un madero derramar toda su sangre y morir, ¿cómo pudiéramos dudar si nos ama con toda la ternura de su amor? ¡Ah! alma mía, mira a tu amante Jesús que pende de la cruz todo cubierto de llagas: hele aquí como por sus heridas te demuestra el amor de su corazón abrasándose todo por ti. Sí, dulce Jesús mío, yo me aflijo de veros espirar á violencia de tantos dolores sobre ese infame madero, pero al leer en vuestras llagas el amor que Vos me tenéis, esto me consuela y me enamora. Serafines del cielo, ¿qué pensáis del amor de mi Dios que me ha amado tanto y que se ha entregado a la muerte por mí?
9. San Pablo dice que los gentiles, al predicarles a Jesús crucificado por el amor de los hombres, miraban esto como una increíble necedad. ¿Y cómo, decían ellos, será posible creer que un Dios omnipotente, que de nadie tiene necesidad para ser lo que es, infinitamente feliz, para salvar a los hombres ha querido hacerse hombre y morir sobre una cruz? Esto seria, decían, lo mismo que creer en un Dios que se ha hecho loco por amor de los hombres. Por eso rehusaban creerle. Mas esta grande obra de la Redención, que los gentiles creían y llamaban locura, sabemos por la fe que Jesús la ha acometido y cumplido. Nosotros hemos visto, dice san Lorenzo Justiniano, la Sabiduría eterna, el Hijo único de Dios, hecho, por decirlo así, loco por el excesivo amor que tiene a los hombres. Sí, porque no parece sino una locura de amor, añade el cardenal Hugo, el que un Dios haya querido morir por el hombre.
10. El B. Diacopone, este hombre que tanto se ha distinguido en el mundo por su saber, haciéndose franciscano, parecía haberse vuelto loco por el amor que tenía a Jesucristo. Un día se le apareció Jesús, y le dijo: Diacopone  ¿por qué haces esas locuras? — ¿Por qué las hago? respondió: porque Vos me las habéis enseñado. Si yo soy loco, Vos lo sois todavía más, en haber querido morir por mí.
Del mismo modo santa Magdalena de Pazzi, arrebatada en éxtasis, exclama: ¡Oh, Dios de amor! ¡Oh Dios de amor! Es demasiado grande, Jesús mío, el amor que tenéis a los hombres. Y un día, transportada fuera de sí misma, tomó un crucifijo, y comenzó a correr por el convento gritando: ¡oh amor! ¡Oh amor! Jamás dejaré, Dios mío, de llamaros amor. En seguida, acercándose a sus religiosas, les dijo: ¿no sabéis, mis amadas hermanas, que mi Jesús no es sino amor, y todavía más, un loco de amor? Sí, loco de amor digo que sois Vos ¡oh Jesús mío! Y siempre lo diré. Añadía la misma santa que al llamar a Jesús amor, quisiera ser oída de todo el mundo, a fin de que el amor de Jesús fuera conocido y amado de todos los hombres; y a las veces se ponía a tocar una campana para que todas las naciones vinieran, si fuera posible, como ella deseaba, a amar a Jesús.
11. Sí dulce Redentor mío, permitidme decíroslo; aquella vuestra tierna esposa tenía mucha razón en llamaros loco de amor; ¿y no parece una locura el que Vos hayáis querido morir por mí, por un gusano de la tierra tan ingrato como yo, y cuyos pecados y perfidias conocíais ya de antemano? Pero si Vos, Dios mío, habéis llegado a ser como loco de amor por mí, ¿cómo no llegaré yo a ser loco de amor por un Dios? Después de haberos visto morir por mí ¿cómo puedo yo pensar en otra cosa’, ni ¿cómo puedo yo amar otra cosa que a Vos? Sí, ¡oh mi Señor, mi bien soberano y soberanamente amable! yo os amo más que a mí mismo. Yo os prometo no amar en adelante sino a Vos, y pensar siempre en el amor que me habéis mostrado muriendo por mí entre tormentos.
12. ¡Oh azotes! oh espinas! oh clavos! oh cruz! oh llagas! oh dolores! oh muerte de mi Jesús! vosotros me estrecháis demasiado, vosotros me forzáis demasiado a amar a aquel que me ha amado tanto. ¡Oh Verbo encarnado! oh Dios amante! mi alma está inflamada de amor por Vos. Yo quisiera amaros hasta el punto de no hallar otro placer que el de complaceros, ¡oh mi amabilísimo Maestro! y pues que Vos deseáis tan ardientemente mi amor, yo protesto que solo quiero vivir para Vos. Sí, yo quiero hacer todo lo que quisiereis de mí.
¡Ah Jesús mío! ayudadme, haced que yo os agrade enteramente y por siempre, en el tiempo y en la eternidad. María madre mía, interceded a Jesús por mí, a fin de que me conceda su amor; porque yo no deseo en esta vida ni en la otra sino amar a Jesús. Amen.

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