sábado, 25 de junio de 2011

SAN PEDRO JULIÁN EYMARD

LA EUCARISTÍA Y LA MUERTE DEL SALVADOR

Apóstol de la Eucaristía

Fundador de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, de las Siervas del Santísimo Sacramento y de la Archicofradía del Santísimo Sacramento

El centro de su vida espiritual fue siempre la devoción al Santísimo Sacramento.

En 1851 hizo una peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Fourviéres: “Me obsesionaba la idea de que no hubiese ninguna congregación consagrada a glorificar al Santísimo Sacramento, con una dedicación total. Debía existir esa congregación… Entonces prometí a María trabajar para ese fin. Se trataba aún de un plan muy vago y no me pasaba por la cabeza abandonar la Compañía de María… ¡Que horas tan maravillosas pasé ahí!”

Escribió varias obras sobre la Eucaristía, que han sido traducidas a varios idiomas.

De allí extractamos la siguiente:

LA EUCARISTÍA Y LA MUERTE DEL SALVADOR

Quotiescumque enim manducabitis panem hunc, mortem Domini annuntiabitis donec veniat.
Cuantas veces comiereis este pan, anunciaréis la muerte del Señor (I Cor., XI, 26)

La Sagrada Eucaristía, desde cualquier aspecto que se la considere, nos recuerda de una manera patente la muerte del Señor.

Fue instituida la víspera de su muerte, la noche misma que fue entregado Jesús: Pridie quam pateretur; In qua nocte tradebatur.

Le da el nombre de testamento que se funda en su sangre—Hic calix novum testamentum est in sanguine meo.

El estado de Jesús en el Santísimo Sacramento es un estado de muerte. En las apariciones de Bruselas y de París, de 1290 y 1369, se dejó ver con las cicatrices de sus llagas como nuestra Víctima divina.

En la Hostia santa está sin voluntad y sin movimiento, como un muerto que hay que llevar.

A su alrededor reina silencio mortal. Su altar es sepulcro que encierra huesos de mártires; la lámpara lo alumbra como alumbra las sepulturas; el corporal que envuelve la Santa Hostia es nuevo sudario, novum sudarium. Cuando el sacerdote va a ofrecer el Santo Sacrificio lleva sobre sí insignias de muerte: no hay vestidura sagrada que no esté marcada con la cruz, que lleva por delante y por detrás.

Siempre muerte, siempre cruz, es el estado de Jesús en la Eucaristía en sí misma considerada.

Si la consideramos como Sacrificio o como Sacramento que se recibe en la Comunión, patentiza ese estado de muerte de Jesús de una manera, todavía más viva.

El sacerdote pronuncia separadamente las palabras de la Consagración, sobre la materia del pan y sobre la del vino, de modo que, por virtud de la significación rigurosa de estas palabras, el Cuerpo de Cristo debiera estar separado de su Sangre, es decir, muerto.

Si no hay muerte real es porque a ello se opone, después de su Resurrección, el estado glorioso de Jesucristo; pero Él toma de la muerte lo que puede, es decir, toma el estado de muerte y le, vemos así como Cordero inmolado por nosotros.

Jesucristo, por esta mística muerte, continúa el Sacrificio de la Cruz, renovándolo millares de veces por los pecados del mundo.

En la Comunión se consuma esta muerte mística del Salvador. El corazón del comulgante viene a ser su sepulcro, pues disueltas en su interior las santas especies por la acción del calor natural, cesa el estado sacramental; Jesús sacramentado ya no está corporalmente en nosotros, sino que muere sacramentalmente, verificándose la consunción del holocausto.

En el corazón del justo halla Jesús una sepultura gloriosa, pero ignominiosa en el del pecador. En el primero no pierde su estado sacramental sin dejar su divinidad, su Espíritu Santo, y por lo mismo un germen de resurrección. En el segundo, esto es, en el culpable, no sobrevive Jesús, quedan frustrados todos los fines de la Eucaristía. La Comunión en estas condiciones es una verdadera profanación; es la muerte violenta e injusta de Nuestro Señor, crucificado por estos nuevos verdugos.

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