Homilía pronunciada en la Parroquia del Espíritu Santo, en Fall River (EE.UU.), por el sacerdote franciscano Rvdo. P. Roger J. Landry.
Los grandes titulares a ocho columnas de los periódicos de la semana pasada no se dedicaron ni al desfile de la "Super Bowl" ni al discurso del Presidente sobre las bandas terroristas infiltradas en los Estados Unidos. Nada de eso mereció ser noticia principal. Los titulares fueron totalmente captados por la tristísima noticia de que algunos sacerdotes, en la Archidiócesis de Boston, habían abusado de unos jóvenes a quienes estaban consagrados a servir.
Es un escándalo mayúsculo, un escándalo que muchas personas - que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de alguna de sus enseñanzas morales o posturas doctrinales - están usando como pretexto para atacarla en su conjunto, tratando de demostrar que, después de todo, ellos tenían razón. Muchas personas se me han acercado para hablar de este tema; muchas otras hubieran querido hacerlo, pero pienso que, por respeto y por no querer sacar a relucir lo que consideran temas desagradables, se abstuvieron, pero para mí era obvio que el deseo de preguntar estaba en sus mentes. Por eso, hoy quiero afrontar este asunto sin rodeos. Creo que tenéis derecho a ello.
No podemos hacer como si nada hubiera ocurrido. Yo quisiera sugerir cuál debe ser nuestra respuesta, como fieles católicos, a estos terribles escándalos, y lo primero que necesitamos es entenderlos a la luz de nuestra fe.
Antes de elegir a sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña y rezó durante toda la noche. En aquel momento tenía muchos seguidores y habló con el Padre acerca de a quiénes elegiría para que fueran sus doce Apóstoles, los doce a los que formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en su nombre. Una vez elegidos, Él les dio el poder de expulsar demonios; les dio el poder de curar a los enfermos. Ellos vieron como Jesús obró innumerables milagros; ellos mismos realizaron, en su nombre, muchos otros. Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue traidor. Uno que había seguido al Señor, uno a quien el Señor le lavó los pies, uno que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que vendió a Jesús por treinta monedas y simuló un acto de amor en Getsemaní para entregarlo. "¡Judas! - le dijo Jesús - ¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?"
Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara. Lo eligió para que fuera como todos los demás, pero Judas era libre y usó su libertad para permitir que Satanás entrara en él. Y con su traición terminó haciendo que Jesús fuera crucificado. Así pues, entre los primeros doce que Jesús personalmente eligió, uno actuó como un traidor.
A VECES, LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho que debemos asumir, es un hecho que la Iglesia primitiva asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido el tema con el que se hubieran obsesionado los primeros cristianos, la Iglesia habría muerto antes de comenzar a crecer. Pero en vez de obsesionarse con el apóstol que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once que, con su predicación, milagros y amor a Cristo, hicieron posible que estemos hoy aquí reunidos. Gracias a los otros once - todos los cuales, excepto San Juan, fueron martirizados por Cristo y por un Evangelio que proclamaron arriesgando sus vidas - hoy escuchamos la palabra salvífica de Dios y recibimos los Sacramentos.
Hoy nos enfrentamos a una realidad similar. Podemos obsesionarnos con los que traicionaron al Señor, con los que abusaron de aquellos a quienes estaban llamados a servir, o bien, como hizo la Iglesia primitiva, podemos centrarnos en los demás, en los que han permanecido fieles, en esos muchos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para serviros a vosotros por amor. Los medios de comunicación raramente prestan atención a los "once” buenos, a los que Jesús llamó y permanecieron fieles, a los que vivieron una vida de silenciosa santidad. Pero nosotros, los miembros de la Iglesia, debemos ver los terribles escándalos que estamos viviendo desde otra perspectiva.
Desgraciadamente, el escándalo no es algo nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en su historia en que estuvo peor que ahora. La historia de la Iglesia es como una función sinusoidal, es decir, una curva oscilatoria con movimientos pendulares, con altos y bajos a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas, cuando la Iglesia llegaba a su punto más bajo, Dios hacía surgir grandes santos que llevaban a la Iglesia de regreso a su verdadera misión. Era como si, en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo brillara más intensamente.
Quisiera hablar un poco de un par de santos a quienes Dios hizo nacer en esos tiempos difíciles, porque su sabiduría realmente puede guiarnos durante este periodo amargo. San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios hizo brillar justamente después de producirse la Reforma Protestante. La Reforma no se debió básicamente a diferencias teológicas, a asuntos de fe - aunque esas diferencias aparecieron después - sino a cuestiones morales. Había un sacerdote agustino, Martín Lutero, que estuvo en Roma durante el más perverso papado de la historia, el de Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe - el Espíritu Santo lo evitó - pero fue un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas y llevó a cabo duras acciones contra quienes consideraba sus enemigos. Martín Lutero se preguntó cómo Dios podía permitir que un hombre tan malvado fuera la cabeza visible de su Iglesia. Cuando regresó a Alemania, fue testigo de toda clase de escándalos. Muchos sacerdotes vivían abiertamente relacionados con mujeres y otros trataban de obtener ganancias vendiendo bienes espirituales. Reinaba una inmoralidad terrible entre los laicos católicos. Escandalizado, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos abusos desenfrenados, fundó su propia iglesia.
Pero Dios hizo surgir muchos santos que combatieron esta solución equivocada y llevaron a las personas de regreso a la Iglesia fundada por Cristo. San Francisco de Sales fue uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy poderosos, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura en relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes y él dijo algo que hoy es tan importante para nosotros como lo fue en aquel momento para quienes lo escucharon. No se anduvo con rodeos. Dijo: "Los que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas con su pésimo ejemplo, pero estoy aquí entre vosotros para evitaros un mal aún peor. Mientras que los que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que se dejan vencer por el escándalo - los que permiten que los escándalos destruyan su fe - son culpables de suicidio espiritual. Son culpables de cortar de un tajo su relación con Cristo abandonando la fuente de vida, que son los Sacramentos, especialmente la Eucaristía". San Francisco de Sales anduvo entre las gentes de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos. Y yo estoy hoy aquí para predicaros eso mismo a vosotros.
¿Cuál debe ser nuestra reacción? Otro gran santo, que vivió en tiempos particularmente difíciles, también puede ayudamos. El gran San Francisco de Asís vivió en una época de inmoralidad terrible en la Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los laicos era aún peor. Él mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de vivir. Pero finalmente se convirtió, fundó la Orden de los Franciscanos, ayudó a renovar la Iglesia y fue uno de los mayores santos de todos los tiempos.
En cierta ocasión, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores muy susceptible a los escándalos le hizo esta pregunta: "Hermano Francisco, ¿qué harías si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas?” Francisco, sin dudar un sólo instante, le dijo: "Cuando llegara el momento de la Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas de ese sacerdote." San Francisco quiso así dejar clara una verdad formidable de la fe y un don extraordinario del Señor. Sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia - en Misa, por ejemplo, cambiar el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, perdonar los pecados del penitente - Cristo mismo actúa en los Sacramentos a través de ese ministro.
Así pues, lo que Francisco estaba diciendo en respuesta a la pregunta de su hermano religioso al manifestarle que él recibiría el Sagrado Cuerpo del Señor de las manos ungidas del sacerdote, es que no estaba dispuesto a permitir que la maldad o la inmoralidad lo llevaran a cometer suicidio espiritual. Cristo puede seguir actuando, y de hecho actúa, incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo hace!
Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas. Los sacerdotes son elegidos por Dios de entre los hombres, y son tentados y caen en pecado como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once de los primeros doce Apóstoles huyeron cuando Cristo fue detenido, pero regresaron; uno de los doce traicionó al Señor y, tristemente, nunca regresó. Dios ha hecho los Sacramentos esencialmente "a prueba de sacerdotes". No importa cuán santos o cuán malvados sean éstos: siempre y cuando tengan la intención de hacer lo que hace la Iglesia, actuará Cristo mismo, tal como actuaba a través de Judas cuando éste expulsaba demonios o curaba enfermos.
Así que, de nuevo, os pregunto: ¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia ante estos escándalos? Se ha hablado mucho al respecto en los medios de comunicación. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor, asegurándose de que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente sí, pero eso no sería suficiente. ¿Tiene la Iglesia que actuar mejor en el tratamiento de estos casos cuando sean denunciados? La Iglesia ha cambiado su manera de abordarlos, y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años ochenta, pero siempre puede ser mejorada. Pero aún eso no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer algo más para apoyar a las víctimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera eso es suficiente. El Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las escuelas de medicina de Boston trabajen en el establecimiento de un centro para la prevención del abuso a niños. Pero ni siquiera eso es una respuesta definitiva. ¡La única respuesta adecuada a este terrible escándalo, - como San Francisco de Sales reconoció en 1600 - es la SANTIDAD!
¡Toda la crisis que afecta a la Iglesia es una crisis de santidad! La santidad es crucial porque es el rostro autentico de la Iglesia. Siempre hay personas – un sacerdote se encuentra regularmente con ellas, y vosotros probablemente conocéis a varias también - que ponen excusas para justificar por qué no practican su fe, por qué están cometiendo suicidio espiritual. Puede ser porque una monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años, o porque no entienden las enseñanzas de la Iglesia sobre algún asunto particular. Indudablemente habrá muchas personas estos días - y vosotros probablemente os encontraréis con ellas - que dirán: "¿Para qué practicar la fe si la Iglesia no puede ser verdadera cuando los llamados “elegidos” son capaces de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?" Este escándalo es como un perchero enorme donde algunos tratan de colgar su justificación para no practicar la fe. Por eso es tan importante la santidad. Estas personas necesitan encontrar en todos nosotros una razón para tener fe, una razón para tener esperanza, una razón para responder con amor al amor del Señor.
Las bienaventuranzas que leemos en el Evangelio son una receta para la santidad. Todos necesitamos vivirlas más intensamente. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios y del Cielo? Absolutamente sí. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluidos a los laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es una llamada para que despertemos.
Estos son tiempos duros para ser sacerdote; son tiempos duros para ser católico. Pero también son tiempos magníficos para ser sacerdote y tiempos magníficos para ser católico. Jesús dice en el sermón de la montaña: "Bienaventurados cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron."
Yo he experimentado en mí mismo esta bienaventuranza. A principios de esta semana, al terminar de hacer ejercicios en un gimnasio local, salí del vestuario con mi sotana de clérigo. Una madre, apenas me vio, apartó a sus hijos apresuradamente de mi camino y los protegió mientras yo pasaba. Me siguió mirando mientras salía y, cuando me alejé lo suficiente, respiró aliviada y soltó a los niños. Mientras tengamos que padecer tales insultos y falsedades por causa de Cristo, debemos regocijarnos.
Es un tiempo fantástico para ser cristianos porque Dios realmente necesita de nosotros para mostrar su verdadero rostro. En tiempos pasados, la Iglesia era respetada en los EE.UU. y tenía una gran reputación de santidad, pero ya no es así. Uno de nuestros más grandes predicadores, el Obispo Fulton J. Sheen, solía decir que prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre, tiene que luchar, tiene que ir contra la cultura. En esas épocas, los verdaderos hombres y mujeres dan un paso al frente y se crecen. "Hasta los cadáveres pueden navegar flotando río abajo, - solía decir, indicando que muchas personas presumen de creyentes cuando la Iglesia es respetada, - pero se necesitan verdaderos hombres y verdaderas mujeres para nadar contra corriente."
¡Qué cierto es eso! Hay que ser un verdadero hombre o una verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la corriente de las críticas a la Iglesia. Ese es uno de los mejores momentos para ser y sentirse cristiano.
Algunos vaticinan que la Iglesia pasará por tiempos difíciles, y quizá sea así, pero sobrevivirá porque el Señor se ocupará de que así suceda. En cierta ocasión el emperador Napoleón, que engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar el mundo, le dijo al Cardenal Consalvi: "Voy a destruir su Iglesia". El Cardenal le contestó: "No, no podrá". Napoleón insistió: "¡Voy a destruir su Iglesia!". El Cardenal le respondió: "No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!" Si los malos Papas, los sacerdotes infieles y los miles de pecadores de la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde dentro, ¿quién podría hacerlo desde fuera? El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá que su Iglesia fracase. Él prometió que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella, que la barca de Pedro, esa Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el Cielo, nunca volcará. Aunque muchos de los que van en ella cometan los peores pecados posibles para hundirla, Cristo, que también está a bordo, nunca permitirá que naufrague.
La magnitud de estos recientes escándalos podría ser tal que, de ahora en adelante, encontréis difícil seguir confiando tanto en los sacerdotes como antes lo haciais. ¡Pero nunca perdais la confianza en el Señor! Aún cuando algunos de sus elegidos lo hayan traicionado, Él llamará a otros que le serán fieles, que os servirán con el amor con que mereceis ser servidos, tal como ocurrió después de la muerte de Judas, cuando los otros once Apóstoles se pusieron de acuerdo, permitieron que el Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al hombre que terminó siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio hasta ser martirizado.
¡Este es un tiempo en el que todos necesitamos concentrarnos aún más en la santidad! ¡Estamos llamados a ser santos! ¡Cuánto necesita nuestra sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Vosotros sois parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando hoy os acerqueis a recibir de las manos ungidas de este humilde sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pedidle a Él que os llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar su autentico rostro.
Una de las razones por las que hoy estoy aquí como vuestro párroco es que, siendo joven, me impresionaron negativamente algunos de los sacerdotes que conocí. Los veía celebrar la Misa casi sin reverencia alguna, dejando caer el Cuerpo del Señor en la patena como si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de su Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho a Dios, reiterando mi deseo de ser ordenado: "¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote para que pueda tratarte como mereces!"
Estos escándalos os permiten hacer lo mismo; estos escándalos pueden conduciros hacia el suicidio espiritual, o bien inspiraros a decir: "Quiero ser santo para que la Iglesia y yo podamos glorificar Tu nombre como lo mereces; para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo he encontrado." Jesús estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Él sigue en la barca. Así como, a partir de la traición de Judas, Él logró su mayor victoria - nuestra salvación por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección - también, a partir de estos escándalos de hoy, quizá quiera traer un renacimiento de la santidad, quiera editar nuevos Hechos de los Apóstoles del siglo XXI con cada uno de nosotros desempeñando un papel estelar.
Ahora es el momento de que los verdaderos hombres y mujeres de la Iglesia se pongan en pie y den un paso al frente. Ahora es el tiempo de los Santos.
Los grandes titulares a ocho columnas de los periódicos de la semana pasada no se dedicaron ni al desfile de la "Super Bowl" ni al discurso del Presidente sobre las bandas terroristas infiltradas en los Estados Unidos. Nada de eso mereció ser noticia principal. Los titulares fueron totalmente captados por la tristísima noticia de que algunos sacerdotes, en la Archidiócesis de Boston, habían abusado de unos jóvenes a quienes estaban consagrados a servir.
Es un escándalo mayúsculo, un escándalo que muchas personas - que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de alguna de sus enseñanzas morales o posturas doctrinales - están usando como pretexto para atacarla en su conjunto, tratando de demostrar que, después de todo, ellos tenían razón. Muchas personas se me han acercado para hablar de este tema; muchas otras hubieran querido hacerlo, pero pienso que, por respeto y por no querer sacar a relucir lo que consideran temas desagradables, se abstuvieron, pero para mí era obvio que el deseo de preguntar estaba en sus mentes. Por eso, hoy quiero afrontar este asunto sin rodeos. Creo que tenéis derecho a ello.
No podemos hacer como si nada hubiera ocurrido. Yo quisiera sugerir cuál debe ser nuestra respuesta, como fieles católicos, a estos terribles escándalos, y lo primero que necesitamos es entenderlos a la luz de nuestra fe.
Antes de elegir a sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña y rezó durante toda la noche. En aquel momento tenía muchos seguidores y habló con el Padre acerca de a quiénes elegiría para que fueran sus doce Apóstoles, los doce a los que formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en su nombre. Una vez elegidos, Él les dio el poder de expulsar demonios; les dio el poder de curar a los enfermos. Ellos vieron como Jesús obró innumerables milagros; ellos mismos realizaron, en su nombre, muchos otros. Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue traidor. Uno que había seguido al Señor, uno a quien el Señor le lavó los pies, uno que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que vendió a Jesús por treinta monedas y simuló un acto de amor en Getsemaní para entregarlo. "¡Judas! - le dijo Jesús - ¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?"
Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara. Lo eligió para que fuera como todos los demás, pero Judas era libre y usó su libertad para permitir que Satanás entrara en él. Y con su traición terminó haciendo que Jesús fuera crucificado. Así pues, entre los primeros doce que Jesús personalmente eligió, uno actuó como un traidor.
A VECES, LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho que debemos asumir, es un hecho que la Iglesia primitiva asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido el tema con el que se hubieran obsesionado los primeros cristianos, la Iglesia habría muerto antes de comenzar a crecer. Pero en vez de obsesionarse con el apóstol que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once que, con su predicación, milagros y amor a Cristo, hicieron posible que estemos hoy aquí reunidos. Gracias a los otros once - todos los cuales, excepto San Juan, fueron martirizados por Cristo y por un Evangelio que proclamaron arriesgando sus vidas - hoy escuchamos la palabra salvífica de Dios y recibimos los Sacramentos.
Hoy nos enfrentamos a una realidad similar. Podemos obsesionarnos con los que traicionaron al Señor, con los que abusaron de aquellos a quienes estaban llamados a servir, o bien, como hizo la Iglesia primitiva, podemos centrarnos en los demás, en los que han permanecido fieles, en esos muchos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para serviros a vosotros por amor. Los medios de comunicación raramente prestan atención a los "once” buenos, a los que Jesús llamó y permanecieron fieles, a los que vivieron una vida de silenciosa santidad. Pero nosotros, los miembros de la Iglesia, debemos ver los terribles escándalos que estamos viviendo desde otra perspectiva.
Desgraciadamente, el escándalo no es algo nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en su historia en que estuvo peor que ahora. La historia de la Iglesia es como una función sinusoidal, es decir, una curva oscilatoria con movimientos pendulares, con altos y bajos a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas, cuando la Iglesia llegaba a su punto más bajo, Dios hacía surgir grandes santos que llevaban a la Iglesia de regreso a su verdadera misión. Era como si, en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo brillara más intensamente.
Quisiera hablar un poco de un par de santos a quienes Dios hizo nacer en esos tiempos difíciles, porque su sabiduría realmente puede guiarnos durante este periodo amargo. San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios hizo brillar justamente después de producirse la Reforma Protestante. La Reforma no se debió básicamente a diferencias teológicas, a asuntos de fe - aunque esas diferencias aparecieron después - sino a cuestiones morales. Había un sacerdote agustino, Martín Lutero, que estuvo en Roma durante el más perverso papado de la historia, el de Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe - el Espíritu Santo lo evitó - pero fue un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes concubinas y llevó a cabo duras acciones contra quienes consideraba sus enemigos. Martín Lutero se preguntó cómo Dios podía permitir que un hombre tan malvado fuera la cabeza visible de su Iglesia. Cuando regresó a Alemania, fue testigo de toda clase de escándalos. Muchos sacerdotes vivían abiertamente relacionados con mujeres y otros trataban de obtener ganancias vendiendo bienes espirituales. Reinaba una inmoralidad terrible entre los laicos católicos. Escandalizado, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos abusos desenfrenados, fundó su propia iglesia.
Pero Dios hizo surgir muchos santos que combatieron esta solución equivocada y llevaron a las personas de regreso a la Iglesia fundada por Cristo. San Francisco de Sales fue uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy poderosos, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado en su camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura en relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes y él dijo algo que hoy es tan importante para nosotros como lo fue en aquel momento para quienes lo escucharon. No se anduvo con rodeos. Dijo: "Los que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas con su pésimo ejemplo, pero estoy aquí entre vosotros para evitaros un mal aún peor. Mientras que los que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que se dejan vencer por el escándalo - los que permiten que los escándalos destruyan su fe - son culpables de suicidio espiritual. Son culpables de cortar de un tajo su relación con Cristo abandonando la fuente de vida, que son los Sacramentos, especialmente la Eucaristía". San Francisco de Sales anduvo entre las gentes de Suiza tratando de prevenir que cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos. Y yo estoy hoy aquí para predicaros eso mismo a vosotros.
¿Cuál debe ser nuestra reacción? Otro gran santo, que vivió en tiempos particularmente difíciles, también puede ayudamos. El gran San Francisco de Asís vivió en una época de inmoralidad terrible en la Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los laicos era aún peor. Él mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de vivir. Pero finalmente se convirtió, fundó la Orden de los Franciscanos, ayudó a renovar la Iglesia y fue uno de los mayores santos de todos los tiempos.
En cierta ocasión, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores muy susceptible a los escándalos le hizo esta pregunta: "Hermano Francisco, ¿qué harías si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas?” Francisco, sin dudar un sólo instante, le dijo: "Cuando llegara el momento de la Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas de ese sacerdote." San Francisco quiso así dejar clara una verdad formidable de la fe y un don extraordinario del Señor. Sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia - en Misa, por ejemplo, cambiar el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, perdonar los pecados del penitente - Cristo mismo actúa en los Sacramentos a través de ese ministro.
Así pues, lo que Francisco estaba diciendo en respuesta a la pregunta de su hermano religioso al manifestarle que él recibiría el Sagrado Cuerpo del Señor de las manos ungidas del sacerdote, es que no estaba dispuesto a permitir que la maldad o la inmoralidad lo llevaran a cometer suicidio espiritual. Cristo puede seguir actuando, y de hecho actúa, incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo hace!
Y es que si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas. Los sacerdotes son elegidos por Dios de entre los hombres, y son tentados y caen en pecado como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once de los primeros doce Apóstoles huyeron cuando Cristo fue detenido, pero regresaron; uno de los doce traicionó al Señor y, tristemente, nunca regresó. Dios ha hecho los Sacramentos esencialmente "a prueba de sacerdotes". No importa cuán santos o cuán malvados sean éstos: siempre y cuando tengan la intención de hacer lo que hace la Iglesia, actuará Cristo mismo, tal como actuaba a través de Judas cuando éste expulsaba demonios o curaba enfermos.
Así que, de nuevo, os pregunto: ¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia ante estos escándalos? Se ha hablado mucho al respecto en los medios de comunicación. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor, asegurándose de que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado? Absolutamente sí, pero eso no sería suficiente. ¿Tiene la Iglesia que actuar mejor en el tratamiento de estos casos cuando sean denunciados? La Iglesia ha cambiado su manera de abordarlos, y hoy la situación es mucho mejor de lo que fue en los años ochenta, pero siempre puede ser mejorada. Pero aún eso no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer algo más para apoyar a las víctimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera eso es suficiente. El Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las escuelas de medicina de Boston trabajen en el establecimiento de un centro para la prevención del abuso a niños. Pero ni siquiera eso es una respuesta definitiva. ¡La única respuesta adecuada a este terrible escándalo, - como San Francisco de Sales reconoció en 1600 - es la SANTIDAD!
¡Toda la crisis que afecta a la Iglesia es una crisis de santidad! La santidad es crucial porque es el rostro autentico de la Iglesia. Siempre hay personas – un sacerdote se encuentra regularmente con ellas, y vosotros probablemente conocéis a varias también - que ponen excusas para justificar por qué no practican su fe, por qué están cometiendo suicidio espiritual. Puede ser porque una monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años, o porque no entienden las enseñanzas de la Iglesia sobre algún asunto particular. Indudablemente habrá muchas personas estos días - y vosotros probablemente os encontraréis con ellas - que dirán: "¿Para qué practicar la fe si la Iglesia no puede ser verdadera cuando los llamados “elegidos” son capaces de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?" Este escándalo es como un perchero enorme donde algunos tratan de colgar su justificación para no practicar la fe. Por eso es tan importante la santidad. Estas personas necesitan encontrar en todos nosotros una razón para tener fe, una razón para tener esperanza, una razón para responder con amor al amor del Señor.
Las bienaventuranzas que leemos en el Evangelio son una receta para la santidad. Todos necesitamos vivirlas más intensamente. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios y del Cielo? Absolutamente sí. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluidos a los laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es una llamada para que despertemos.
Estos son tiempos duros para ser sacerdote; son tiempos duros para ser católico. Pero también son tiempos magníficos para ser sacerdote y tiempos magníficos para ser católico. Jesús dice en el sermón de la montaña: "Bienaventurados cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron."
Yo he experimentado en mí mismo esta bienaventuranza. A principios de esta semana, al terminar de hacer ejercicios en un gimnasio local, salí del vestuario con mi sotana de clérigo. Una madre, apenas me vio, apartó a sus hijos apresuradamente de mi camino y los protegió mientras yo pasaba. Me siguió mirando mientras salía y, cuando me alejé lo suficiente, respiró aliviada y soltó a los niños. Mientras tengamos que padecer tales insultos y falsedades por causa de Cristo, debemos regocijarnos.
Es un tiempo fantástico para ser cristianos porque Dios realmente necesita de nosotros para mostrar su verdadero rostro. En tiempos pasados, la Iglesia era respetada en los EE.UU. y tenía una gran reputación de santidad, pero ya no es así. Uno de nuestros más grandes predicadores, el Obispo Fulton J. Sheen, solía decir que prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre, tiene que luchar, tiene que ir contra la cultura. En esas épocas, los verdaderos hombres y mujeres dan un paso al frente y se crecen. "Hasta los cadáveres pueden navegar flotando río abajo, - solía decir, indicando que muchas personas presumen de creyentes cuando la Iglesia es respetada, - pero se necesitan verdaderos hombres y verdaderas mujeres para nadar contra corriente."
¡Qué cierto es eso! Hay que ser un verdadero hombre o una verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la corriente de las críticas a la Iglesia. Ese es uno de los mejores momentos para ser y sentirse cristiano.
Algunos vaticinan que la Iglesia pasará por tiempos difíciles, y quizá sea así, pero sobrevivirá porque el Señor se ocupará de que así suceda. En cierta ocasión el emperador Napoleón, que engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar el mundo, le dijo al Cardenal Consalvi: "Voy a destruir su Iglesia". El Cardenal le contestó: "No, no podrá". Napoleón insistió: "¡Voy a destruir su Iglesia!". El Cardenal le respondió: "No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!" Si los malos Papas, los sacerdotes infieles y los miles de pecadores de la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde dentro, ¿quién podría hacerlo desde fuera? El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá que su Iglesia fracase. Él prometió que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella, que la barca de Pedro, esa Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el Cielo, nunca volcará. Aunque muchos de los que van en ella cometan los peores pecados posibles para hundirla, Cristo, que también está a bordo, nunca permitirá que naufrague.
La magnitud de estos recientes escándalos podría ser tal que, de ahora en adelante, encontréis difícil seguir confiando tanto en los sacerdotes como antes lo haciais. ¡Pero nunca perdais la confianza en el Señor! Aún cuando algunos de sus elegidos lo hayan traicionado, Él llamará a otros que le serán fieles, que os servirán con el amor con que mereceis ser servidos, tal como ocurrió después de la muerte de Judas, cuando los otros once Apóstoles se pusieron de acuerdo, permitieron que el Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al hombre que terminó siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio hasta ser martirizado.
¡Este es un tiempo en el que todos necesitamos concentrarnos aún más en la santidad! ¡Estamos llamados a ser santos! ¡Cuánto necesita nuestra sociedad ver ese rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Vosotros sois parte de la solución, una parte crucial de la solución. Y cuando hoy os acerqueis a recibir de las manos ungidas de este humilde sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pedidle a Él que os llene de un deseo real de santidad, un deseo real de mostrar su autentico rostro.
Una de las razones por las que hoy estoy aquí como vuestro párroco es que, siendo joven, me impresionaron negativamente algunos de los sacerdotes que conocí. Los veía celebrar la Misa casi sin reverencia alguna, dejando caer el Cuerpo del Señor en la patena como si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de su Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho a Dios, reiterando mi deseo de ser ordenado: "¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote para que pueda tratarte como mereces!"
Estos escándalos os permiten hacer lo mismo; estos escándalos pueden conduciros hacia el suicidio espiritual, o bien inspiraros a decir: "Quiero ser santo para que la Iglesia y yo podamos glorificar Tu nombre como lo mereces; para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo he encontrado." Jesús estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Él sigue en la barca. Así como, a partir de la traición de Judas, Él logró su mayor victoria - nuestra salvación por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección - también, a partir de estos escándalos de hoy, quizá quiera traer un renacimiento de la santidad, quiera editar nuevos Hechos de los Apóstoles del siglo XXI con cada uno de nosotros desempeñando un papel estelar.
Ahora es el momento de que los verdaderos hombres y mujeres de la Iglesia se pongan en pie y den un paso al frente. Ahora es el tiempo de los Santos.