domingo, 19 de julio de 2009

Causas del Desorden Mundial

La decadencia mortal que sufre nuestro mundo (y que el optimismo humanista confunde con progreso) es la consecuencia última de un estado de apostasía que, perfectamente descrito por los Romanos Pontífices en sus causas, a lo largo de un siglo (desde Pío IX hasta Pío XII) es ahora verificado en sus efectos por el Papa Benedicto XVI, en los oscuros umbrales de este siglo XXI.
La causa primera (y, en rigor, única) de esta debacle moral a la que asistimos no es otra que el rechazo formal de Dios (fuente de toda verdad), de su redención restauradora (la gracia cristológica) y aún del mismo orden natural que de Él procede.
No es extraño, por lo tanto, que contemplemos impávidos la catarata de crímenes atroces y perversos en el seno de una sociedad oficialmente descreída (sin Dios), y filantrópica (sin caridad sobrenatural). Sin embargo, sí resulta aterrador comprobar que esos delirios de necedad son justificados y propagados en nombre de doctrinas cuyas propuestas no permite el más elemental análisis metafísico.

Es que el mal de la época, aunque se manifieste principalmente en situaciones extremas que comprometen la proyección ética del hombre, pertenece antes que nada, a un oscurecimiento voluntario de las inteligencias. Son ellas las que ya no ven (ni quieren ver) la luz de la verdad.
Por ello han caído ya -y seguirán precipitándose- en la tenebrosa región de las mentiras o, más propiamente, de las fábulas, tal y como está claramente profetizado por el Apóstol “porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades, apartarán su oídos de la verdad y se volverán a las fábulas...” (II Tim.4, 3-4), versículo que muchos exegetas de otros siglos dieron por cumplida (pues el misterio de iniquidad obra a lo largo de la historia) pero que con toda propiedad sólo corresponde a estos aciagos días y a los que todavía sobrevendrán ya que, ciertamente, estamos mal… pero estaremos peor o, como lo dijera con su acostumbrado estilo el P. Castellani: “no hay que afligirse ni tomar poca pena porque todo lo que está pasando pasará…¡y cosas más horrendas vendrán!”


La síntesis de los errores y pecados que acompasan al mundo parece que se puede enunciar en los siguientes males, cuya siniestra interdependencia atraerá y prepara ya la aparición del “hombre impío” a que alude también san Pablo en Tes.II,3-4, esto es, “el hijo de perdición, el adversario, que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto”, acotando estas estremecedoras palabras que alguna vez – ya muy pronto - serán realidad literal: “hasta el extremo de sentarse él mismo en el santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios”.