Con la ya próxima Parusía de nuestro Señor Jesucristo se vincula un importante hecho: la aparición de Elías. De este profeta sabemos que fue arrebatado (II Reyes 2, 11), y lo misterioso de su desaparición y de su arrebatamiento está vinculado con el patriarca Enoch (Gen 5, 24; Eclesiástico 24, 16; 49, 16 y Hebreos 11, 55).
De Elías y Enoch se dice que no han muerto y que vendrán al Final de los Tiempos para llamar a la conversión a los hombres y a condenar los errores diabólicos del Anticristo. Se han identificado a Elías y a Enoch como los dos olivos del Apocalipsis del que habla el capítulo 11:
“Y daré a mis dos testigos que vestidos de saco (penitencia) profeticen durante 1260 días. Estos son los dos olivos y los dos candelabros que están en pie delante del Señor de la tierra. Y si alguno quisiera hacerles daño, sale de la boca fuego que devora a sus enemigos. Y al que pretenda hacerles mal, han de morir de esta manera. Ellos tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva durante los días que ellos profeticen; tienen también potestad sobre las aguas, para convertirlas en sangre, y herir la tierra con toda suerte de plagas cuantas veces quisieren.” (11, 3-6).
Elías pues aparecerá poco antes de la venida de Cristo. Veamos lo que el mismo Cristo nos dice. Le preguntaban un día sus discípulos “¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elías?” y Él les dijo: “Elías, en efecto, vendrá primero y restablecerá todas las cosas” (Mc 9, 12). Es decir, Cristo es quien hará por medio de este profeta la obra de la Restauración de todas las cosas al llegar los tiempos señalados. Algunos han dicho que no hay que esperar a Elías, porque este vino en la persona del Bautista, por cuanto que Cristo dijo: “Elías ha venido ya, y no lo reconocieron… entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan Bautista.” (Mt 17, 12); más notemos lo que el Señor expresó por boca de San Mateo y también por la del profeta Malaquías:
“Elías en verdad vendrá y restaurará todo.” (17, 11).
“Yo mandaré a Elías antes de que venga el día del Señor grande y terrible.” (4, 5-6).
El Eclesiástico también dice lo siguiente:
“Tú (Elías) estás descrito para aplacar la cólera antes del día del Señor, reconciliar el corazón del padre con los hijos y restablecer las tribus de Jacob.” (48, 9-10).
Estos textos nos ponen de manifiesto que Elías no ha venido todavía, sino que vendrá al Final de los Tiempos. Las expresiones: “antes del día del Señor”; “el día grande y terrible”, según las Escrituras, se refiere a la Parusía del Señor y por tanto el profeta aparecerá hasta entonces, es decir, en poco tiempo. Además, cuando Jesucristo dijo que “Elías había venido ya” y cuando el ángel anunció que el Bautista “precedería al Mesías con el espíritu y el poder de Elías”, claramente dio la clave para decir que Juan Bautista era Elías en espíritu, más no en persona.
Así queda aclarada la cuestión y podemos afirmar que Elías vino ya en espíritu en la persona de Juan Bautista para preparar los caminos del Cristo humilde y paciente, es decir, del Mesías Sacerdote y víctima en su primera venida. Pero ahora vendrá, según los textos de la Escritura, en su propia persona, en los Últimos Tiempos, para preparar los caminos del Mesías Rey en Su retorno.
La frase pronunciada por Jesucristo “el que tenga oídos para entender que entienda”, después de decir que Juan era Elías que había de venir, nos hace ver en ella un sentido oculto y más elevado que nos invita a escudriñar, y por lo mismo, admitir el hecho de que Elías aparecerá en persona un día para preparar la Parusía de Cristo y más misterios aún que se descubrirán ya muy pronto.
Así pues, Elías se nos presenta como un misterio prototípico de los que no mueren, y esto explica la frase de "el que tenga oídos". No sabemos con certeza si será Elías u otro del mismo talante que él, pero de que hay algunos que no mueren, los hay. El Apóstol Pablo lo dice con todas sus letras: " Os voy a revelar un misterio: no todos moriremos." (I Cor XV, 51). Entonces, habrá hombres que no morirán. Así es, "no todos moriremos pero todos seremos transformados", dice el paulista. Esta opinión de que algunos no morirán está sostenida por algunos intérpretes, como por ejemplo el canónigo Agustín Crampon, quien hace el siguiente comentario al versículo 51 del capítulo XV de la I de Corintios: “Habrá varios vivos en el momento de la Parusía de Jesucristo pero no por eso entrarán con sus cuerpos naturales; también éstos serán cambiados, y sin pasar por la muerte, se verán transfigurados y entrarán con Jesús en la gloria, lo que es un gran misterio.” (La Santa Biblia. Traducción de Algunos Textos Originales. Sociedad de San Juan Evangelista. Paris. 1928, página 206.
Igualmente, la opinión del Diccionario de Teología Católica es la siguiente:
Lo mismo que el de I de Corintios 15, 51, que dice “No todos moriremos” indica que los justos que al final de los tiempos se encuentren con vida, pasarán de este mundo al otro, sin ser sometidos a la muerte.
Ahora bien, la pregunta que se impone es ¿por qué algunos no mueren? Por principio hay que decir que cuando Dios creó al hombre en el Paraíso, éste no iba a morir, pues entre otros múltiples dones poseía el de la inmortalidad. La muerte entró en el hombre como consecuencia del pecado. O sea, en el primigenio Plan de Dios estaba que el hombre no pasara por ninguna muerte. Esto quedaría corroborado con la Santísima Virgen María, quien no probaría la muerte pues en ella no hubo pecado, y esto según una importante corriente teológica. Y es aquí donde precisamente surge con toda su fuerza y luz la figura de María Santísima como gran misterio de Dios que se descubre en este tiempo, pues es en Ella donde se resplandece la expresión perfecta y exacta de lo que es una criatura a Imagen y Semejanza de Dios, como lo fue al principio de la creación. No obstante, si bien aún no está considerado como dogma de fe, nos adherimos a la opinión doctrinal de que la Santísima Virgen María al final de su vida se durmió - sin pasar por la muerte - para luego ser asunta al cielo en cuerpo y alma. Y tiene que ser así, pues como hemos afirmado, no podría morir la que fue exenta de todo pecado y de toda mancha, toda vez que la corrupción y la muerte es efecto material del pecado. La excepción a esta regla es Cristo mismo, quien siendo Dios se hizo igual al hombre en todo menos en el pecado, pero su muerte y muerte de cruz fue una consecuencia de la Voluntad del Padre Eterno para que de esta forma Su Hijo Único fuera la ofrenda y víctima propiciatoria que posibilitara la reconciliación del hombre con Dios.
El caso es que la Escritura nos relata la existencia de seres que, como Elías y Enoch, lograron vencer la muerte; es decir, lograron purificar aquí en la tierra toda las consecuencias del pecado en su ser trino, y eso -por los méritos retroactivos a la muerte de Jesucristo - les ganó la incorruptibilidad de sus cuerpos y la transformación de su ser, restituyéndose a sí mismos; y esto, dice el libro del Eclesiástico, gracias a su ejemplo de penitencia (44,16).
Esto sólo se podrá entender mejor si nos vamos al principio y al final de todas las cosas, pues será en la Parusía del Señor donde se dará la Restauración o Restitución de todo, o sea, el restablecimiento del orden original de la Creación, tal y como Dios la quiso antes de que se cometiera el primer pecado. Primero el hombre como centro de la creación y luego todo lo demás. Así pues, Elías representa en su ser el "espíritu de la Restitución", espíritu que tiene todo aquél que trabaja por hacer que la Creación y el hombre vuelvan al estado en que salieron de las manos de su Creador, "recuperando" de esta forma el don preternatural de la inmortalidad y de la incorruptibilidad que se perdió con el pecado original.
Sirvan estas pequeñas palabras para honrar a nuestro muy querido Profeta Elías en este 20 de julio en que la Iglesia conmemora su fiesta, bien merecido, pues como hombre predilecto de Dios y por su vida de santidad en perfección mereció ni más ni menos que ser arrebatado para Dios sin pasar por la muerte, y además, por consecuencia lógica, haber estado junto a Jesucristo en su Transfiguración gloriosa en el Monte Tabor. Ahora ya está revestido con el poder de abrir y cerrar los cielos y de anunciar a toda la humanidad insensible y ciega que la Mano de Dios está a punto de azotar con fuerza si no se arrepiente de sus pecados, ya. ¡Ay, Ay, Ay, lo que le espera a esta desgraciada humanidad…
Luis Eduardo López Padilla
17 de Julio del 2012
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