Desde muy niña, Hildegarda tuvo visiones, desde los tres años tuvo la visión de «una luz tal que mi alma tembló». Estos hechos continuaron aún durante años, Hildegarda los mantenía en secreto. Vivía estos episodios conscientemente, es decir, sin perder los sentidos ni sufrir éxtasis. Ella los describió como una gran luz en la que se presentaban imágenes, formas y colores; además iban acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de música.
En 1141, a la edad de cuarenta y dos años, le sobrevino un episodio de visiones más fuerte, durante el cual recibió la orden sobrenatural de escribir las visiones que en adelante tuviese. A partir de entonces, Hildegarda escribe sus experiencias, que darán como resultado el primer libro, llamado Scivias (Conoce los caminos), que no concluirá hasta 1151.
No obstante, seguía teniendo reticencias en hacer públicas sus revelaciones y los textos resultantes de ellos, por lo que para disipar sus dudas recurrió a uno de los hombres más prominentes y con mayor reputación espiritual de su tiempo: Bernardo de Claraval, a quien le dirigiría una sentida carta pidiéndole consejo sobre la naturaleza de sus visiones y la pertinencia de hacerlas de conocimiento general.
PROFECÍAS
"La justicia, la honestidad de las costumbres y la dignidad de las virtudes restauradas por los profetas después del diluvio hasta la venida de Jesucristo, y después de ellos por los apóstoles y doctores de la Iglesia, que brillarán por mucho tiempo, se depravarán en lo sucesivo: pero después de aquellos días malos recobrarán su antiguo brillo entre los hombres antes del fin de los tiempos y después de grandes tribulaciones"
"Tomando a su cargo la causa de la justicia, el soberano Juez castigará a los prevaricadores y, sobre todo, a los malos pastores de la Iglesia, permitiendo que se les despoje de sus bienes temporales, antes de reducirlos por medio de las tribulaciones. Purificados por fin con tantas pruebas, cada orden, eclesiástica y seglar, recobrará su fervor y dignidad primera" (J. Lascoé, págs. 16-17).
"Cuando se haya perdido enteramente el temor de Dios, guerras atroces y crueles se sucederán a porfía; una multitud de personas serán por ellas inmoladas y muchas ciudades se convertirán en montones de ruinas. Así como el hombre gana por su fuerza sobre la debilidad de la mujer y el león supera a todos los animales, del mismo modo algunos hombres, de una ferocidad sin igual, suscitados por la justicia divina, se burlarán del reposo de sus semejantes. Así ha sucedido desde el principio del mundo; el Señor volverá a poner en manos de nuestros enemigos la vara de hierro destinada a vengarlo cruelmente de nuestras iniquidades" (S. M. Mirakles, págs. 39-40).
"Mas cuando la sociedad haya sido purificada completamente por esta tribulación, fatigados los hombres por tantos horrores, volverán plenamente a la práctica de la justicia y se someterán finalmente a las leyes de la Iglesia, que nos hacen tan agradables a Dios con su Santo Temor. El consuelo sucederá a la desolación así como la ley nueva ha sucedido a la antigua ley; del mismo modo los días de salud harán olvidar por su prosperidad las angustias de la ruina; no siendo así, y debiéndose prolongar impunemente la inconstancia y los escándalos del mundo, se vería de tal manera oscurecida la verdad que llegarían a quebrantarse las torres de la catedral de Jerusalén, y serían pisoteadas las instituciones de la Iglesia, como si ya no existiera Dios para los hombres. En aquel momento de renovación será restablecida la justicia y la paz por decretos tan nuevos y tan poco esperados, que los pueblos, llenos de admiración, confesarán altamente que nada semejante se había visto hasta entonces.
"Esta paz del mundo de los últimos tiempos, figurada por la que precedió al primer advenimiento del Hijo de Dios, será, no obstante, contenida; la aproximación del último día impedirá a los hombres entregarse plenamente a la alegrías, pero se apresurarán a pedir al Dios Omnipotente que los llene de toda justicia en la fe católica. Los judíos se unirán a los cristianos, reconociendo con alegría la venida de Aquel que negaban hasta allí haber aparecido en este mundo.
"Esta paz llegará al colmo y hará que se perfeccione la paz figurativa que reinó en el primer advenimiento del Hijo de Dios. Entonces aparecerán santos dotados admirablemente del don de profecía. Como fue anunciado en nombre del Altísimo por el profeta Isaías (cap. 4, 2) : 'En aquel día será el pimpollo, el brote lleno de magnificencia, gloria y regocijo para aquellos de Israel que fueron salvados'. En aquellos días la bendición, del seno de una suavísima atmósfera se derramarán sobre la tierra los más dulces rocíos que la cubrirán de verdor y de frutos, porque los hombres se entregarán a todas las obras de justicia, mientras en los días precedentes, días tan desolados por la voz dura de los elementos desencadenados por los pecados de los hombres, habrán estado reducidos a la impotencia de producir nada de bueno. Los príncipes rivalizarán en celo con los pueblos en hacer reinar la Ley de Dios por todas partes; el hierro no se empleará más que para cultivar la tierra y proveer a las necesidades de la vida, etc.
"Los herejes y los judíos no pondrán límites a sus transportes. En fin, exclamarán, ha llegado la hora de nuestra propia justificación, las ligaduras del error han caído a nuestros pies; hemos arrojado lejos la carga tan pesada y tan larga de la prevaricación. La muchedumbre de fieles se aumentará notablemente por el gran número de paganos atraídos por tanto esplendor y abundancia. Después de su bautismo se unirán éstos a los creyentes para anunciar a Cristo como en tiempo de los apóstoles. Dirigiéndose a los judíos y herejes todavía endurecidos les dirán: Lo que vosotros llamáis gloria vendrá a ser vuestra muerte eterna y aquel a quien honráis como vuestro jefe, perecerá delante de vosotros en medio del más espantoso horror y el más peligroso para vosotros. En aquel día os rendiréis a nuestro llamamiento, bajo los rayos de María, Estrella del Mar" (S. M. Mirakles, págs. 40-43, extraído de la Patrología de Migne y del abbé Curicque, Voix Prophetiques).
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