martes, 8 de febrero de 2011

Tempestades en la Iglesia



A lo largo de los veinte siglos de Cristianismo las tempestades por las que ha pasado la barca de Pedro han sido innumerables y de todas ha salido avante.

Fue en el siglo XIV cuando se empezó a sembrar la semilla de lo que más adelante generaría una gran confusión en el orden intelectual y posteriormente en el moral y religioso. La filosofía empieza a darle un valor exclusivo a la ciencia, y paulatinamente a la razón, llevando consigo el establecer como único criterio de verdad a la sola inteligencia humana. Esta confusión tiene su origen ya desde la caída de los primeros padres cuando éstos quisieron ser como Dios sin la necesidad de Él. Cuando se piensa que el hombre tiene la inteligencia para ser como Dios, el diablo nos impulsa a dejar que la razón domine nuestra fe, que la lógica se imponga y supere a la fe sobrenatural, y sea la soberbia humana la que guíe nuestra inteligencia, a través del orgullo del intelecto humano. La subversión de la mente nos lleva a alejarnos de Dios. El conocimiento de las cosas nos aleja de Dios y la fe nos acerca; si los hombres piensan que tienen soluciones para su propia vida, entonces no hay razón para comunicarse con Dios. La confianza en sí mismo mediante la fuerza de la voluntad se convierte en un punto central, y suprime toda necesidad de unión con Dios. La oración, la Iglesia, las Escrituras y los sacramentos pueden entonces ser desechados.

Y fue precisamente que en los siglos XVIII y XIX esta filosofía de racionalismo e independencia vino a envenenar los cimientos de la fe católica. La Ilustración y el Racionalismo produjeron pensadores como Rousseau, Voltaire y Diderot, quienes colocaban la razón por encima de la fe. Este racionalismo filosófico llevó al culto de la diosa razón. Voltaire, la figura de más influencia de la Ilustración, fue aquel reformador que lanzó el dicho “¡Ecrasons l' infame!” - “¡aplastad al infame!”, refiriéndose a Cristo y a su Iglesia. Este movimiento que ha sido el más anticristiano de la historia, trajo un sinnúmero de herejías que hasta los días de hoy han hecho un gran daño a la fe de la Iglesia, como el liberalismo, el naturalismo, el racionalismo religioso, el positivismo, el secularismo, el humanismo secular, el indiferentismo, el individualismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo teológico, el feminismo radical, el agnosticismo, el ateísmo, el panteísmo, y todas las ideas que están refundidas en el movimiento conocido como la New Age.

Esta mezcla de sistemas filosóficos modernos rechazó toda la filosofía perenne de la Iglesia y produjo un gran número de errores respecto a Dios, Jesucristo, la Iglesia, el Pontificado, el dogma, la moral y los sacramentos.

Pero es preciso que nos centremos en nuestro estudio particularmente en el siglo XX, pues es en este tiempo donde los tambores del Anticristo han resonado con más fuerza. Precisamente el Papa León XIII ya visualizaba los primeros vientos de la primera de las herejías del siglo XX: el Modernismo, que como toda herejía no venía del exterior sino que era una agresión lanzada desde el interior de la Iglesia. Lo que los modernistas pretendieron era interpretar la doctrina católica según los moldes culturales y humanos de los tiempos modernos.

Comenzaremos por San Pío X, quien en una luz clarividente decía en 1907: “Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos el silencio, es la circunstancia de que al presente no es menester ya ir a buscar a los fabricadores de errores entre los enemigos declarados; se ocultan, y esto es objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia. Enemigos, a la verdad, tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados”.(Pascendi) El Santo Pontífice aclara que prescinde de las intenciones reservadas al juicio de Dios, pero, objetivamente, se comportan como enemigos de la Iglesia porque “traman su ruina” no desde fuera, “sino desde dentro: en nuestros días, agrega, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia”; estos autores han aplicado el veneno no a las ramas del árbol ni a los renuevos “sino a la raíz misma y a sus fibras más profundas”.

Hay que estar ciegos para no captar la profundidad y penetración sobrenatural y profética que tenía Pío X, quien ejercía su misión de “guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la Santa Fe”. Por eso le era imposible “guardar silencio”. De ahí pues el ataque preventivo que veía el Papa contra el modernismo, “no es tanto un sistema de doctrina herética cuanto un modo herético de pensar”.

Es precisamente ese modo el que actúa “en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia”. San Pío X se anticipaba sesenta y cinco años a la advertencia de Pablo VI: “se diría que a través de alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el Templo de Dios” y ha “sofocado” los frutos del Concilio Vaticano II. Allí está el peligro señalado por San Pío X: “en las entrañas mismas de la Iglesia”. El Santo Pontífice, cuatro años antes de la Pascendi, había trazado el camino cuando en su primera encíclica declaró que vigilaría “con diligencia suma” el sagrado depósito de la fe (I Tim 6, 20).

En su primera encíclica, San Pío X sostiene que la sociedad ha sido atacada por la enfermedad más grave y profunda: la apostasía, enfermedad mortal a la que hay que poner remedio; quizá esta deserción y apostasía “sea como un anticipo y comienzo de los males que estaban reservados para el fin de los tiempos”; por eso se combate lo esencial, la religión en cuanto tal, los dogmas de fe y toda comunicación con Dios; “es la característica del Anticristo que usurpa el lugar de Dios” (II Tes 2, 4). Aunque sepamos que así la victoria de Dios está más cerca cuanto más sufrimos la “derrota”, no nos exime del deber de “apresurar la obra de Dios”. Este retorno desde la apostasía “no se obtendrá jamás sino por Jesucristo”.

San Pío X es lúcidamente consciente de que el modernismo teológico que debe enfrentar es fruto de un prolongado proceso histórico-doctrinal que ha comenzado en el siglo XIV y culminado en el siglo XIX, pero que alcanzará su remate y aparente victoria en el siglo XX; y nosotros ahora concluimos que el siglo XXI será el de la madre de todas las batallas, pero también aquél en que “todo se restaurará en Cristo”, bajo Su Potestad Soberana.

Pero también Pío X en su encíclica Notre Charge Apostolique, “Nuestro Mandato Apostólico”, de 25 de agosto de 1910, había detectado ya “un gran movimiento para organizar la apostasía en cada país para el establecimiento de Una Iglesia Mundial la cual no tendrá ni dogmas, ni jerarquía. . . bajo el pretexto de libertad y dignidad humana.”

En resumen, algunos de los errores del modernismo que fueron condenados por el Papa San Pío X son los siguientes:

1.la fe está sometida a la ciencia;
2.la Iglesia y el Estado deben estar separados, pero la Iglesia sometida al Estado;
3.la Iglesia y los sacramentos no fueron fundados directamente por Cristo;
4.los sacramentos son simples signos o señales;
5.la Biblia tiene muchos errores respecto a las ciencias y a la historia;
6.Cristo mismo se equivocó abiertamente al manifestar el tiempo de la venida del Reino de Dios;
7.los dogmas de la Iglesia contienen abundantes contradicciones;
8.la resurrección de Cristo no fue un hecho debidamente comprobado en el orden histórico;
9.Cristo no estuvo siempre consciente de su dignidad mesiánica.

Por su parte en Quas Primas Pío XI diría: “Con Dios y Jesucristo excluidos de la vida política, con la autoridad derivada no de Dios sino del hombre,… la razón primordial de la distinción entre quien gobierna y quien está sometido ha sido eliminada. El resultado es que la sociedad está tambaleándose hacia su ruina porque ya no tiene más una fundación segura y sólida”.

Y citamos ahora lo que dijo el entonces Secretario de Estado de Pío XI, Mons. Pacelli: “Escucho a mi alrededor a los innovadores que quieren desmantelar la Capilla Sagrada, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, hacer que se arrepienta de su pasado histórico… Vendrá un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en el que la Iglesia dudará como San Pedro dudó. Estará tentada a creer que el hombre se ha convertido en Dios, que su Hijo no es más que un símbolo, una filosofía, como tantas otras y en las iglesias los cristianos buscarán en vano la lamparilla donde Dios los espera, y como María Magdalena, gritarán ante la tumba vacía: ¿Dónde le han puesto?” La peor tempestad está por venir.


LUIS EDUARDO LÓPEZ PADILLA