miércoles, 2 de diciembre de 2009

La Educacion de los Hijos


En una oportunidad, una madre que llevaba a su hijito de la mano preguntó a San Pío X: “¿Cuándo comienza la educación de los hijos?” El santo pontífice preguntó a su vez: “¿Cuántos años tiene su hijo?” “Cuatro”, respondió la madre… y escuchó como respuesta: “Usted ha perdido ya cuatro años”.

La educación, en el sentido de instrucción, comienza cuando el niño llega a los años de la discreción, es decir, aquella edad en que puede distinguir, por medio del raciocinio, entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo.

Santo Tomás nos habla de un desarrollo gradual de la razón a lo largo de los tres primeros septenios: “el primero es el que existe cuando el hombre ni entiende por sí mismo ni puede comprender por medio de otro. El segundo es el estado en el que puede comprender por medio de otro, pero en el que no se basta a sí mismo para entender y comprender. El tercero es el que se da cuando el hombre no sólo puede comprender por medio de otro, sino también por sí mismo. Y como quiera que la razón se desarrolla en el hombre de un modo gradual, conforme se halla el dinamismo y la flexibilidad de los humores, el hombre se halla en el primer estado de la razón antes de cumplir los siete primeros años. Comienza, en cambio, a llegar al segundo estado al final del primer septenio, y de ahí que sea entonces cuando se mandan los niños a las escuelas. Y al tercer estado llega el hombre hacia el final del segundo septenio, en lo que atañe a su propia persona; pero en lo referente a lo que le es externo, al final del septenio tercero”.

Para Santo Tomás, el uso de la razón está impedido, durante más o menos tiempo, por factores fisiológicos. Por esta razón, el cuidado físico del niño en los primeros años no es simplemente previo, sino también preparatorio de la formación intelectual y moral.

¿Cuando Termina la Educación?

Podría pensarse que el cuidado de los padres no se extiende más allá de la edad infantil de los hijos. Sin embargo, Santo Tomás afirma lo contrario. Por ejemplo, hablando de la indisolubilidad del matrimonio, dice: “el matrimonio, por intención de la naturaleza, está ordenado a la educación de la prole, no sólo por algún tiempo, sino por toda la vida de la prole. De ahí que sea de ley natural que los padres atesoren para los hijos y que éstos sean herederos de aquellos; y, por lo tanto, ya que la prole es un bien común del marido y su mujer, es necesario, según dictamen de la ley natural, que la sociedad de éstos permanezca perpetuamente indivisa; y de este modo es de ley natural la inseparabilidad del matrimonio”.

Porque esto es así y no de otro modo, mientras los padres viven deben tener solicitud respecto de sus hijos, y éstos deben guardar reverencia para con sus padres. Dice Santo Tomás: “a ningún género además del hombre dio otra solicitud en todo tiempo respecto de los hijos, ni reverencia respecto de los padres; por el contrario, a los demás animales, más o menos tiempo, según sean más o menos necesarios, bien los hijos a los padres, bien los padres a los hijos”.