En una audiencia general en el Vaticano precedida por el Papa Juan Pablo II el día Miércoles 11 de febrero de 1981, se trato el tema de la fornicacion
Las dos dimensiones de la pureza, según San Pablo:
Sobre la pureza, entendida en sentido moral, o sea, como virtud. Si en el texto citado de la primera Carta a los Tesalonicenses se puede comprobar que la pureza consiste en la templanza, sin embargo, se pone también de relieve la nota del "respeto". La abstención "de la impureza", que implica el mantenimiento del cuerpo "en santidad y respeto", permite deducir que, según la doctrina del Apóstol, la pureza es una "capacidad centrada en la dignidad del cuerpo, esto es, en la dignidad de la persona en relación con el propio cuerpo, con la feminidad y masculinidad que se manifiesta en este cuerpo.
"¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?", pregunta Pablo a los Corintios (1 Cor 6, 19), después de haberles instruido antes con mucha severidad acerca de las exigencias morales de la pureza. "Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo" (I Cor, 6, 18).
La nota peculiar del pecado al que el Apóstol estigmatiza aquí está en el hecho de que este pecado, al contrario de todos los demás, es "contra el cuerpo" (mientras que los otros pecados quedan "fuera del cuerpo"). Así, pues, en la terminología paulina encontramos la motivación para las expresiones "los pecados del cuerpo" o los "pecados carnales". Pecados que están en contraposición precisamente con esa virtud, gracias a la cual el hombre mantiene "el propio cuerpo en santidad y respeto" (cf. 1 Tes 4, 3-5).
Estos pecados llevan consigo la "profanación" del cuerpo: privan al cuerpo de la mujer o del hombre del respeto que se les debe a causa de la dignidad de la persona. Sin embargo, el Apóstol va más allá: según él, el pecado contra el cuerpo es también "profanación del templo". Cuando el Apóstol escribe: "Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios" (1 Cor 6, 19), quiere indicar todavía otra fuente de la dignidad del cuerpo, precisamente el Espíritu Santo, que es también fuente del deber moral que se deriva de esta dignidad.
Con esta nueva dignidad, mediante la "redención del cuerpo", nace a la vez también una nueva obligación, de la que Pablo escribe de modo conciso, pero mucho más impresionante: "Habéis sido comprados a precio" (1 Cor 6, 20). El Apóstol hace referencia a esta dimensión de la obligación cuando escribe a los creyentes, que son conscientes del don, para convencerles de que no se debe cometer la "impureza", no se debe "pecar contra el propio cuerpo" (I Cor, 6, 18). Escribe: "El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo" (I Cor 6, 13). Es difícil expresar de manera más concisa lo que comporta para cada uno de los creyentes el misterio de la Encarnación. A esta santidad precisamente se refiere Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) cuando habla de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto".
En el capítulo 6 de la primera Carta a los Corintios, en cambio, Pablo precisa la verdad sobre la santidad del cuerpo, estigmatizando con palabras incluso drásticas la "impureza", esto es, el pecado contra la santidad del cuerpo, el pecado de la "impureza": "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz? ¡No lo quiera Dios! ¿No sabéis que quien se allega a una meretriz se hace un cuerpo con ella? Porque serán dos, dice, en una carne. Pero el que se allega al Señor se hace un espíritu con El" (1Cor 6, 15-17). El hecho de que hayamos "sido comprados a precio" (1Cor 6, 20), esto es, al precio de la redención de Cristo, hace surgir precisamente un compromiso especial, o sea, el deber de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto".
Ya finalizando la parte donde se menciona: (¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz?) es supremamente fuerte, como pretendemos ser parte de Dios, o miembros de una iglesia con un cuerpo corrupto por nuestras apetencias sexuales?
Sobre la pureza, entendida en sentido moral, o sea, como virtud. Si en el texto citado de la primera Carta a los Tesalonicenses se puede comprobar que la pureza consiste en la templanza, sin embargo, se pone también de relieve la nota del "respeto". La abstención "de la impureza", que implica el mantenimiento del cuerpo "en santidad y respeto", permite deducir que, según la doctrina del Apóstol, la pureza es una "capacidad centrada en la dignidad del cuerpo, esto es, en la dignidad de la persona en relación con el propio cuerpo, con la feminidad y masculinidad que se manifiesta en este cuerpo.
"¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?", pregunta Pablo a los Corintios (1 Cor 6, 19), después de haberles instruido antes con mucha severidad acerca de las exigencias morales de la pureza. "Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa un hombre, fuera de su cuerpo queda; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo" (I Cor, 6, 18).
La nota peculiar del pecado al que el Apóstol estigmatiza aquí está en el hecho de que este pecado, al contrario de todos los demás, es "contra el cuerpo" (mientras que los otros pecados quedan "fuera del cuerpo"). Así, pues, en la terminología paulina encontramos la motivación para las expresiones "los pecados del cuerpo" o los "pecados carnales". Pecados que están en contraposición precisamente con esa virtud, gracias a la cual el hombre mantiene "el propio cuerpo en santidad y respeto" (cf. 1 Tes 4, 3-5).
Estos pecados llevan consigo la "profanación" del cuerpo: privan al cuerpo de la mujer o del hombre del respeto que se les debe a causa de la dignidad de la persona. Sin embargo, el Apóstol va más allá: según él, el pecado contra el cuerpo es también "profanación del templo". Cuando el Apóstol escribe: "Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios" (1 Cor 6, 19), quiere indicar todavía otra fuente de la dignidad del cuerpo, precisamente el Espíritu Santo, que es también fuente del deber moral que se deriva de esta dignidad.
Con esta nueva dignidad, mediante la "redención del cuerpo", nace a la vez también una nueva obligación, de la que Pablo escribe de modo conciso, pero mucho más impresionante: "Habéis sido comprados a precio" (1 Cor 6, 20). El Apóstol hace referencia a esta dimensión de la obligación cuando escribe a los creyentes, que son conscientes del don, para convencerles de que no se debe cometer la "impureza", no se debe "pecar contra el propio cuerpo" (I Cor, 6, 18). Escribe: "El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo" (I Cor 6, 13). Es difícil expresar de manera más concisa lo que comporta para cada uno de los creyentes el misterio de la Encarnación. A esta santidad precisamente se refiere Pablo en la primera Carta a los Tesalonicenses (4, 3-5) cuando habla de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto".
En el capítulo 6 de la primera Carta a los Corintios, en cambio, Pablo precisa la verdad sobre la santidad del cuerpo, estigmatizando con palabras incluso drásticas la "impureza", esto es, el pecado contra la santidad del cuerpo, el pecado de la "impureza": "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz? ¡No lo quiera Dios! ¿No sabéis que quien se allega a una meretriz se hace un cuerpo con ella? Porque serán dos, dice, en una carne. Pero el que se allega al Señor se hace un espíritu con El" (1Cor 6, 15-17). El hecho de que hayamos "sido comprados a precio" (1Cor 6, 20), esto es, al precio de la redención de Cristo, hace surgir precisamente un compromiso especial, o sea, el deber de "mantener el propio cuerpo en santidad y respeto".
Ya finalizando la parte donde se menciona: (¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz?) es supremamente fuerte, como pretendemos ser parte de Dios, o miembros de una iglesia con un cuerpo corrupto por nuestras apetencias sexuales?