sábado, 5 de enero de 2013

La Profecía de Simeón

 
“Y a ti una espada te atravesará el alma”

(…) Después de la circuncisión de Jesús, llegado el tiempo de la purificación, José y María subieron a Jerusalén a presentar al Niño “para ofrecerlo al Señor” Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor (…) Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón (…) Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» (…) (Lc 2)

Muchos cristianos creen incautamente que la Santísima Virgen por el hecho de ser la Madre de Dios toda su vida fue inigualable de dicha y felicidad continuas, y nada más lejano. Sin negar que la Santísima Virgen tuviera sus momentos intensos de gozo por ser la protagonista de misterios que nunca más se repetirían, por
ser la Madre del Mesías esperado, y porque el gozo es uno de los frutos del Espíritu Santo y Ella los tenia todos en plenitud, tuvo también que pasar la prueba dolorosísima de la amargura como nadie jamás ha podido pasar a excepción de su divino Hijo, porque por los designios de Dios, María estuvo asociada a los sufrimientos de su Hijo, no sin razón la llamamos Reina de los mártires.
La Virgen ciertamente tuvo una vida dichosa, la dicha de cumplir en todo momento la voluntad de Dios.
El mismo Jesús elogió a su Madre por este mismo asunto, más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11, 28). Pero en la voluntad de Dios entraba para María unos planes gozosos y otros dolorosos, y Ella tuvo conocimiento de ellos desde el primer momento del nacimiento de su
Hijo, porque apenas había nacido ya le fue anunciado el dolor que ser la Madre del Mesías le supondría. Y así nos relata el texto evangélico de San Lucas en la presentación de Jesús en el Templo: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Después de haber reconocido en Jesús la “luz para alumbrar a las naciones” (Lc 2, 32), Simeón anuncia a María la gran
prueba a la que está llamado el Mesías y le revela su participación en ese destino doloroso. (J. Pablo II)

La profecía de Simeón estremece oírla, y conviene señalar, que la misma se dirige a Jesús y a su Madre.
Ella, después de haber recibido las profecías de júbilo en la Anunciación y en el Nacimiento, tiene que recibir asimismo las profecías de contradicción. Al meditar sobre este pasaje no podemos por menos de pensar cómo recibiría María estas noticias: referente a su Hijo, signo de contradicción y referente a Ella sobre la espada que le atravesará el alma. Ella al aceptar ser la Madre del Mesías, debe cumplir esta maternidad divina a lo largo de toda su vida hasta sus últimas consecuencias.
Y María siempre dispuesta a cumplir en todo momento los planes de Dios, acepta serenamente lo que se le anuncia, como serenamente aceptó el anuncio del Ángel sobre su maternidad divina guardándolo todo en su corazón (Lc 2, 19).

LA DISPONIBILIDAD DE MARÍA

Elogiamos a menudo las virtudes de humildad y pureza de la Santísima Virgen, elogiamos su espíritu de servicio y su grandísima fe, pero pocas veces elogiamos la gran disponibilidad de la Virgen para aceptar sin
trabas, ni quejas, ni asombro, los designios a la que Dios la tenía destinada.
La profecía de Simeón anuncia un futuro de sufrimiento para el Mesías. En efecto, será el “signo de contradicción”, destinado a encontrar una dura oposición en sus contemporáneos. Pero Simeón une al sufrimiento de Cristo la visión del alma de María atravesada por la espada, asociando de ese modo a la Madre al destino doloroso de su Hijo. (Juan Pablo II)
A María se le anuncia desde ese momento que su vida no va a ser fácil, que va a quedar unida a la suerte de su Hijo. Que el Hijo que lleva a presentar al Templo será signo de contradicción. Que a pesar de venir de Dios, no todos le van a reconocer ni todos le van a acoger. Y todo esto repercutirá en el Corazón de la Madre sin evitarle ninguno de los sufrimientos del Hijo. María ha podido descubrir en las palabras de Simeón que el sufrimiento no va a estar ausente en la vida de ambos y Ella acepta los planes divinos sin poner obstáculo alguno, sin flaquear en su fe, sin disminuir ni un instante el amor a la voluntad de Dios. Acoge en silencio, al igual que José, esas palabras misteriosas que hacen presagiar una prueba muy dolorosa y expresan el significado más auténtico de la presentación de Jesús en el Templo. (Audiencia general de SS. Juan Pablo II).
Y la espada anunciada la sentirá la Santísima Virgen a lo largo de toda su vida, porque ¿acaso no fue un dolor inmenso la muerte de los santos inocentes por causa de su Hijo y la huida a Egipto? ¿Y no fue asimismo una gran amargura la pérdida del Niño Jesús los tres días en Jerusalén? (Lc 2, 41-50) ¿Y la traición de Judas no supuso para María una penetrante espada en su Corazón? Sin embargo, en María al pie de la Cruz se verificará esta dolorosa profecía, y al cumplirse, sentirá el dolor más punzante de esta espada anunciada por Simeón y que a lo largo de toda su vida la ha tenido presente en sus pensamientos. María a partir de la profecía de Simeón, une de modo intenso y misterioso su vida a la misión dolorosa de Cristo: se convertirá en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del género humano. (…) Ese sufrimiento materno llegará al cúlmen en la Pasión, cuando se unirá a su Hijo en el sacrificio redentor. (Audiencia general de SS. Juan Pablo II)

EL VALOR DEL SUFRIMIENTO ANTE DIOS

Qué valor tan grande tiene que tener el sufrimiento para Dios cuando ni a la misma Virgen, a la criatura más inocente como María Santísima, Dios la libró del mismo. Si Ella que no tenía culpa alguna, experimentó el dolor, ¿por qué a nosotros nos cuesta tanto aceptarlo?
¡Qué gran escuela la de María, que todo lo guardaba en su Corazón y desde el silencio Ella vivía como nadie la obra y la misión redentora de su Hijo!
¿Quién sabrá expresar el alcance del dolor inexorable de la Madre ante el Hijo ensangrentado, padeciendo el cruelísimo tormento de la Cruz? ¿Qué madre puede resistir ver al hijo de sus entrañas que lo maltraten? ¿Qué madre soportaría ver ante ella que matasen a su hijo? La Virgen veía a su divino Hijo maltratado, escarnecido, lleno de ignominia, ejecutado y en agonía y Ella sufría a la par que El los angustiosos tormentos de la crucifixión traspasándole el alma el atroz dolor que sentía ante tal espectáculo como una punzante, implacable y despiadada espada. Cuando ambos se miraron sintieron al unisono el tormento el uno del otro, y el Hijo sufrió la espada de la Madre y la Madre sufrió la crucifixión y el abandono del Hijo, y así, mutuamente los dos, sin apartarse el uno del otro, se consumó la Redención. La espada profetizada a María por el anciano Simeón, se dejó notar despiadadamente en el Corazón purísimo de la Inmaculada Madre y un poco más tarde una lanzada atravesaría el Corazón purísimo de Jesús –ya sin vida– de donde manaría sangre y agua. La semejanza de Jesús y de María no puede ser más evidente. María al igual que el Hijo aceptó y cumplió en todo momento la voluntad de Dios. Ella al igual que el Redentor pudo decir perfectamente como Él: CONSUMMATUM EST.
El día 2 de febrero celebramos la Presentación de Jesús en el Templo día en que la Santísima Virgen recibió la dura profecía del anciano Simeón.

Ministri Dei

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